LAS TENTACIONES

28.09.2024

Por Enzo Rainieri 

Las tentaciones de Jesús narradas en el evangelio del apóstol Mateo (4, 1) son un hecho histórico, que nos cuentan cómo después de haber orado, meditado y ayunado en el desierto durante 40 días y 40 noches, Jesús se encuentra a conversar con Satanás, quien lo tienta tres veces para hacerlo caer en el error.

Este versículo de los Evangelios expresa en imágenes no sólo un hecho histórico allá en el desierto, sino una dimensión, una posibilidad, algo que Jesús experimentó a lo largo de su vida; la tentación de utilizar todo su poder de otra manera: "Su ser líder, Su ser hijo unigénito de Dios, Su conocimiento, Su conciencia de conocer profundamente a Dios Padre".

En este único episodio de la vida de Jesús se concentra todo lo sucedido en su vida. A lo largo de su vida Jesús fue tentado a seguir otros caminos, el goce, la posesión, el poder y no el camino de la cruz. Basta ver cómo se comportan y lo que hacen los Escribas, Fariseos, Saduceos y Sacerdotes del templo, incluso los Apóstoles, ver Pedro, Tomás, Judas. Pero para poder entender bien debemos dar un paso atrás en la lectura de este evangelio. Al comienzo de este párrafo de su evangelio, Mateo comienza su relato así: "Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo".

¿Por qué empezar un párrafo del evangelio con "entonces"? ¿Qué significa este "entonces" sino relacionar este párrafo con el episodio anterior; ¡El bautismo de Jesús! En el bautismo Jesús es reconocido por Dios como el Hijo amado, el Espíritu Santo descendió a Jesús en forma de paloma, Dios está en Jesús: si quieres ver a Dios mira a Jesús, lo que dice, lo que hace, cómo vive.

Para conocer a Jesús es necesario conocer el Evangelio, estudiarlo, investigarlo, meditarlo, vivirlo, si no conoces el Evangelio no conoces a Jesús y no conoces a Dios. De hecho, poco antes había descendido el Espíritu Santo en Jesús y él lo había recibido. En este evangelio primero está el bautismo de Jesús, y luego se abren los Cielos (comunicación entre el Cielo y la Tierra) y el Espíritu de Dios desciende y viene sobre él. El Espíritu aquí es amor: "este es Mi hijo amado en quien tengo complacencia".

Aquí el Dios que habla es Dios como Madre, como acogida, como refugio, como amor sin condiciones, como presencia, como abrazo, como amor de predilección. Pero ese mismo Espíritu, en el siguiente versículo, lo empuja, lo envía, lo conduce al desierto. ¡Es el Espíritu quien quiere esto! Es el mismo Dios de antes quien lo envía al desierto, en este caso Dios Padre. Este Evangelio quiere decirnos que las tentaciones no son una situación que deba evitarse, sino un paso necesario para todo ser humano. Jesús, recién salido de la plenitud de Dios, es catapultado a la tentación por Dios mismo.

Debemos superar las tentaciones porque son un pasaje evolutivo, no son lindas las tentaciones, sino necesarias. Sirven para a ver lo que tienes en tu corazón. El templo, la ley, el culto, el sacerdocio, eran todas instituciones mediadoras creadas con el objetivo de servir como canal de comunicación con Dios. El templo era el lugar donde se podía encontrar a Dios; el respeto a la ley era tu santidad para agradar a Dios; la adoración era la forma en que te conectabas con Dios; los sacerdotes eran los encargados de ponerte en contacto con Dios.

Esto nos ayuda a entender cómo la imagen de Dios era y es falseada. Para nosotros los humanos, si algo es bueno y no nos hace sufrir, entonces significa que viene de Dios. Si en cambio algo es duro, complicado, doloroso, difícil, entonces viene del diablo, del Mal.

Pero en este evangelio no es así: es el mismo Espíritu - Dios que lo empuja al desierto. Esto significa que todo lo que nos sucede proviene de Dios (que Él lo permite). Por lo tanto, ya no debemos preguntarnos si esto viene del diablo o de Dios, sino que debemos preguntarnos cuál es la prueba, el paso que debemos afrontar y superar.

Las tentaciones están en el origen de nuestra existencia. Al inicio de la historia de la creación (Génesis) la serpiente tienta a Adán y Eva, lo que representa a toda la humanidad. La serpiente es simbolizada como el mal que intenta hacer caer a los primeros seres humanos, pero la serpiente (en lengua aramea nahasc) es lo conduce hacia un potencial, una potencia de energía lista para explotar. La serpiente no es el mal, sino una barrera, un muro, un pasaje necesario que cada uno de nosotros debemos tomar para evolucionar, para liberar toda la energía y el potencial que hay en nuestro interior.

En pocas palabras, la serpiente, animal rastrero que vive en constante contacto con el suelo, con la tierra, con la materia, representa nuestra energía, nuestro espíritu, nuestro Ego Sum, aún latente, aún infantil, aún inconsciente, aun arrastrándose, que inicia su proceso evolutivo tratando de elevarnos en nuestra dimensión, la tercera dimensión, la dimensión animal.

Y es precisamente esa condición, la condición animal, con sus reglas, con sus leyes, la que estamos llamados a superar, para que esa energía latente explote, liberándonos y llevándonos a la dimensión humana, nuestra nueva dimensión donde son necesarias otras reglas y otras leyes; ya no la ley del más fuerte, la ley del pez grande que se come al pez pequeño, sino la ley del Amor que en nuestra condición es la Justicia del Padre. La serpiente es nuestra condición en devenir, en esa fase del proceso evolutivo de nuestro ser, de nuestro espíritu. La serpiente, el adversario (satanás = adversario) desempeña una función necesaria en nuestra existencia, en nuestra vida.

Hay que tener cuidado porque algunas personas ven al diablo en todas partes (ver la Santa Inquisición, que no tiene nada de santo) ya que es más fácil echarle la culpa de todo al diablo que afrontar problemas y penurias. Porque si es culpa del diablo ¿Qué puedo hacer yo? ¡Nada! Pero si en cambio lo que sucede es un obstáculo a superar, entonces estoy llamado a hacer una transición, con mi energía, con mi trabajo, con mi esfuerzo. Tengo que hacer todo lo posible para sacar a la luz algo que está oculto y no se puede ver, pero que sigue ahí.

Ya conoces el mar, los océanos, sobre nosotros vemos la superficie del agua, pero si nos sumergimos podemos darnos cuenta de cuánta vida se esconde a nuestra vista superficial. ¿Será quizás casualidad que Jesús, en los Evangelios, dirigiéndose a los apóstoles, dijera: "Seguidme y os haré pescadores de hombres"? No, no es una casualidad. Jesús sabía bien lo que decía. Jesús invitó a los apóstoles a sacar a relucir, a pescar esa vida y vitalidad que se esconde bajo la superficie de la materialidad del ser humano. La pesca indica el acto de sacar a la luz lo que está oculto, lo que no se puede ver pero que sigue ahí.

Uno de los símbolos que mejor representa al Cristianismo y a Jesús es de hecho el símbolo del pez con el nombre de Jesús escrito dentro de la figura del pez. Si hay algo que Dios quiere de nosotros los hombres, es que nos enfrentemos a nuestros demonios y no que escapemos de ellos. El Espíritu empuja y obliga a Jesús a ir al desierto para enfrentarse a sus demonios. El mismo espíritu, por amor, nos pide enfrentar cara a cara a nuestros demonios. La palabra tentaciones en griego antiguo (peirazo) en la Biblia significa: "probar, verificar, hacer una prueba".

En el Antiguo Testamento En Deuteronomio 8, 2 Dios le dice a Moisés: "Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho andar por estos cuarenta años en el desierto, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, y para saber si habías observado o no sus mandamientos." La tentación no es que Dios quiera "hacerte caer en el error, hacerte equivocar, seducirte para ver si cedes". ¿Crees que Dios es tan malvado? ¡Obviamente no! La tentación te sirve para que puedas ver lo que hay en tu corazón. La tentación entonces no es la del mal sino "tu lado opuesto", lo que no ves, o no quieres ver, que finges no tener, que prefieres llamar "el mal" sólo porque pescar cambia tu imagen o es difícil de aceptar.

La tentación te obliga a verla y cuidarla. Cada tentación lleva consigo un regalo. Miren a Jesús, después de la experiencia de las tentaciones, nadie más lo detiene y sigue sin temor su camino y su misión. La plenitud de un hombre no está dada por tener muchas cosas, sino por saber "sacar" los dones, las riquezas, que ya están dentro de nosotros, pero que permanecerán siempre ocultas si no tenemos el valor de reconocerlas, ir a buscarlas y llevarlas a la luz.

Si algo nos pide Dios es precisamente que entremos en la tentación de ver quiénes somos realmente. Entonces volverse profundo, arraigado, anclado, centrado, es como casarnos con la causa primera, que está en nosotros, encontrar, acoger, todo lo que está en mí (luz y sombra). Todo es digno de ser y todo tiene una razón de ser. Es a través de las tentaciones que nos despojamos de nuestra pobreza y de las ilusiones. Es a través de las tentaciones que podemos sacar a la luz lo que realmente somos, una "chispa de Luz Divina, una pequeña llama del Fuego Sagrado".

Esa chispa, esa llamita, esa luz que se encuentra en el origen y centro de nosotros mismos, en nuestro "Ego Sum". Es a través de las tentaciones que pescamos esa vida verdadera y eterna, que se encuentra debajo de la superficie de las aguas (nuestro cuerpo está formado por tres cuartas partes de agua) que no se puede ver, pero que sin embargo está ahí.

Enzo Ranieri

28 de sptiembre de 2024