LEYENDA DEL LAUREL

Por Estela Casado y Mirtha Susana Rodriguez
Apolo, el deslumbrante Dios de la luz clara del día, caminaba al anochecer por los bosques de Tesalia, cantando. La lira de plata brillaba entre sus dedos y su voz era dulce como el murmullo de las aguas que acariciaban los flancos de las colinas.
Y he aquí que, a orillas del Peneo sombreado de laureles, distinguió de pronto a una bella Ninfa que se disponía a lanzar una flecha contra una fiera.
Los largos cabellos sueltos sobre la espalda, los blancos brazos tendidos y los luminosos ojos, formaban un conjunto verdaderamente deslumbrante a la naciente luz de las estrellas. Maravillado, Apolo se acercó de improviso a la Ninfa y le dijo:
- Maravillosa Ninfa, deja que te mire. ¡Estás tan hermosa con estos velos vaporosos y tus ojos tan puros!
Pero Dafne, que así se llamaba la Ninfa solitaria, se sobresaltó al oír aquella voz inesperada. Sin volverse siquiera, creyendo se trataba de un cazador salvaje o de algún fauno maligno, dió un salto y huyó rápida como el viento, entre las zarzas y los arroyos, hiriéndose los delicados piececillos, más veloz y más ligera que las nubes que rozan la luna.
- ¡Dafne! ¡Dafne! - gritaba Apolo, persiguiéndola -. ¡Detente un instante! ¡No quiero hacerte daño!¿Crees que soy un feroz habitante de las montañas o un tosco pastor de vacadas? ¡No, no! ¡Yo soy el Dios de la luz! ¡Créeme, oh, Ninfa de los ojos bellos! ¡Yo soy el Sol! ¡Detente! ¡Soy el Sol!
Mas Dafne presa de un pánico loco, no se detenía, no se volvía siquiera a mirar, sin creer en las dulces lisonjas de Apolo.
En la noche silenciosa, corría, corría, mientras el viento agitaba sus cabellos y enredaba los velos entre las ramas.
Estaba Apolo a punto de alcanzarla, mientras la Ninfa, extenuada, se dejaba caer sobre la hierba, cuando de los labios de la niña brotó una súplica:
- Tierra, madre mía... ¡Sálvame!
Y la pobre Dafne, pálida y aterrorizada, permaneció rígida bajo la luz de las estrellas lejanas, esperando impávida, su destino.
Apolo iba a acercarse a ella, pero retrocedió aterrorizado. Poco a poco los miembros de Dafne se volvieron rígidos, los brazos implorantes se convirtieron en verdes ramas, una corteza oscura rodeó lentamente todo su cuerpo, y sus cabellos, que parecían reflejar el oro de los astros y la claridad de la luna, se convirtieron en verdes hojas nacientes. Dafne se había transformado en un perfumado laurel y Apolo sólo alcanzo a estrechar entre sus brazos un tronco liso y frío.
Entonces el dios de la luz se arrodilló y dijo:
- ¡Pobre Dafne! ¡No podré olvidarte nunca! De ahora en adelante, tú serás mi árbol predilecto. Tus hojas inmortales ceñirán la frente y coronarán la cabeza gloriosa de los héroes y de los poetas...
Las hojas del laurel se agitaron dulcemente al oír aquellas palabras, la cima se inclinó un poco, y bajo la fría corteza pareció que el corazón de la pobre Dafne palpitase de emoción y gratitud.
