Jaguares del Agua

04.05.2024

Hoy vamos a contar una pequeña historia relacionada a un exponente de vertebrado acuático muy querido y apreciado por la gran mayoría de todos nosotros, el delfín, pero de uno en especial: el rosado y la relación con un biólogo colombiano que hace muchas décadas los estudia.

Fernando Trujillo, explorador de National Geographic, es oriundo de Bogotá, pero desde pequeño se interesó por la fauna que se encontraba más allá de los límites de la capital colombiana. Entonces decidió estudiar Biología Marina. Cuenta en una entrevista que desde muy joven soñaba con trabajar con tiburones, ballenas, delfines, especialmente en el mar, porque yo me formé como biólogo marino, pero escuchar que había delfines de agua dulce en el Amazonas fue todo un descubrimiento. Era como un ser mitológico. Empecé a buscar y no se sabía prácticamente nada. Había muy pocos estudios"

Asistió a una conferencia del oceanógrafo Jacques-Yves Cousteau, cuyos documentales veía, y se animó a entablar un tímido diálogo con él. Entonces, el investigador le dijo que nadie estaba estudiando a los delfines rosados. Y eso lo motivó, es así que se dirige a un lugar llamado PUERTO NARIÑO.

"Era un pueblo muy pequeño y muy pacífico, y ahí fue donde se cocinó de alguna manera toda esa pasión, todo ese romanticismo por conservar una especie".

"Mi trabajo es muy variado, pero básicamente está concentrado en la conservación de la Amazonía y la Orinoquía. Para hacer esto, hace muchos años escogí una especie emblemática, que son los delfines rosados", explica Trujillo, quien en 1991 creó la Fundación Omacha.

En el Amazonas hay dos tipos de delfines, cuenta. Al rosado, que es muy inteligente, le gusta acercarse mucho a los seres humanos. "Entonces se acerca a las canoas, suelta burbujas y eso genera un montón de historias y mitologías alrededor de ellos. Cambian de color, son grises y después de un rato de hacer mucho ejercicio se vuelven rosados. Entonces esto ha generado, digamos, un montón de fantasías e historias alrededor de ellos", relata.

Luego están los grises, más pequeños, más tímidos y muy saltarines.

"La gente local los ve de maneras muy diferentes. Al rosado le tienen respeto e incluso miedo, y al delfín gris lo ven como una criatura apacible, amorosa, que hay que cuidar".

La metáfora de "jaguares del agua" aplica a la perfección, según su relato: cuando se inunda la selva, dice, se meten en ella y literalmente vuelan entre los árboles capturando peces.

Con los delfines rosados como disparador, ha hecho más de 80 expediciones por toda Sudamérica para diagnosticar la situación de los ríos.

Este es el resultado: "hemos podido entender, gracias a los delfines, problemas como la contaminación, la deforestación, el impacto de las hidroeléctricas, la minería ilegal y, al mismo tiempo, gracias a los delfines hemos podido también diseñar áreas protegidas en ecosistemas acuáticos"

Desde el momento en que llegó a la Amazonía, Trujillo tejió su relación con las comunidades indígenas. "Llega uno con la arrogancia de un universitario que cree que sabe todo y se da cuenta que no sabe nada", explica. "Los indígenas fueron mis profesores".

Así recuerda sus inicios, estudiando los delfines: "contaba los delfines y me decían 'no, está contando el mismo delfín varias veces'. Y se burlaban mucho de mí, pero con cariño, y me fueron enseñando. Así que de alguna manera creamos ese vínculo muy estrecho con estas personas que ahora son los abuelos y las abuelas de esta comunidad".

Para poder trabajar con las comunidades, dice, lo que hay que hacer es "echar raíces" en el territorio.

"Los indígenas veían con recelo a los biólogos, los antropólogos. Yo les decía '¿Por qué?' Ellos me decían 'ustedes vienen, toman información y nunca vuelven, se hacen famosos, publican la información, pero a nosotros no nos queda nada'".

Escuchar ese argumento hizo que Trujillo decidiera quedarse……. echar raíces.

Los indígenas lo bautizaron "omacha". Al principio pensó que era algún tipo de mofa, pero lo cierto es que era todo lo contrario: "me dijeron omacha es el delfín que se transforma en gente. Y nosotros pensamos que usted es un delfín que salió del agua, se transformó en gente y quiere proteger a los delfines. Si no, ¿Cómo se explica esa pasión y esa vehemencia por conservar a estos animales?'".

Uno de los elementos clave del trabajo en el Amazonas han sido los acuerdos de pesca con los indígenas.

Los primeros fueron en 1992 y los hicieron "mal", dice Trujillo, porque "les impusieron a las comunidades unas reglas desde afuera y ellos dijeron que estaban de acuerdo, pero en realidad nunca las cumplieron. No surgió de ellos mismos. En eso nos equivocamos", En 2008, la situación cambió: los líderes indígenas se acercaron y propusieron rehacer los acuerdos, entonces bajo sus propias reglas. Desde ese momento, cuenta Trujillo, han sido reconocidos por la FAO como ejemplo positivo de la seguridad alimentaria en comunidades indígenas.

"Lo que hemos hecho es que ellos han decidido unas reglas de qué peces se pueden capturar, en qué época se pueden capturar y con qué artes de pesca se pueden pescar", dice, mencionando la existencia de "guardianes del lago" que monitorean lo que efectivamente sucede.

Trujillo continúa sus investigaciones y relata que su Fundación no trabaja por los delfines únicamente, trabaja por todo el ecosistema. Los delfines se volvieron una buena excusa. Son los embajadores de la conservación de los grandes ríos".

Y es así que los han llevado al río Ganges, en la India, al río Mekong, en Cambodia, y han podido participar de expediciones a la Antártida.

Después de décadas de estudio, activismo y dedicación, Trujillo reconoce la fórmula de ingredientes diversos que permiten avanzar en la conservación: "creo que lo más importante es tener pasión, disciplina, dedicación y tratar siempre de guardar algo de esperanza en un mundo complicado como este".